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exilio, La Habana, la Habana vieja, la Perla del Caribe, nostalgia, Patrimonio de la humanidad
Mi Habana duerme. Es la ciudad que me vio nacer. Como yo, ella no usa su nombre completo, aquél con que la bautizaron sus conquistadores españoles, La Villa de San Cristóbal de La Habana.
En noviembre de este año, mi ciudad celebrará el aniversario número 496 de su fundación como la capital de la isla bautizada como la Perla del Caribe, ya que fue fundada un 16 de noviembre en el año 1519.
Con sus más de dos millones de habitantes, y la gran cantidad de estilos arquitectónicos que la caracterizan, es el corazón pulsante de mi isla, la isla que extraño con cada aliento en este exilio interminable.
De pequeña, me gustaba caminar por las calles estrechas de adoquines de la Habana Vieja. Mi bisabuela materna, una asturiana de nombre Pura Miranda de Pérez, vivía en un edificio antiguo en O’Reilly y Villegas, en el último piso. Cada piso en aquellos edificios era el equivalente a tres pisos modernos, pero abuela Pura subía y bajaba las escaleras varias veces al día para ir a la iglesia, o para hacer compras en algún mercado local. Era una mujer seria, bajita, de pelo blanco azulado, muy delgada, y con una postura recta. Yo en mi mente le llamaba sargento Pura, pero nunca lo dije en voz alta, para que no me castigara. Tenía una de esas miradas que lo congelaban a uno.
Las compras se subían por las ventanas con un canasto y una soga. Era divertido. Y abuela Pura era la mejor cocinera de la Habana vieja. Cuando preparaba croquetas, de alguna forma se enteraba media ciudad, y la gente iba pasando a recoger platos de croquetas por freír… y la fabada, que a mí no me gustaba, inspiró más de un son o un verso. Hoy en día daría lo que no tengo por un plato de la fabada o el caldo gallego de abuela Pura.
Mi Habana ha sido rehabilitada en parte por haber sido proclamada Patrimonio de la humanidad por las Naciones Unidas, pero la aquejan los años, los huracanes y otras tormentas tropicales, el embate constante del mar que la rodea por todas partes. Aun así, para mí es la ciudad más hermosa del mundo. Cuando visité Barcelona Gótica, al entrar por un callejón me puse a llorar de la nostalgia, porque aquel callejoncito me trajo a la memoria a mi Habana.